
Ciudad Rodrigo amanece (y bien puede aplicarse el refrán que dice: “Cada día que amanece, el número de tontos crece”), con pintadas en el paseo Juan Martín Zermeño, en la parte recién abierta junto al Museo Catedralicio y en las paredes de este contenedor cultural, que se une a unas antiguas que hay en en el edificio de la antigua iglesia de San Isidro.
Amparados en la oscuridad o en la ausencia de personas los valientes vándalos se atreven a pintar con colores llamativos para dejar constancia de su analfabetismo cultural y del poco gusto.
Estos artistas bien podían inscribirse en la Academia de Arte Urbano para aprender los mínimos del grafiti, y antes que todo hacer esas pintadas en el salón de sus casas para ver la reacción familiar antes sus dotes artísticas.
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