
Me da que este año ni turrón, si acaso el trozo almendrado de la fresquera bañado en miel que viene de la sierra y es como de la familia, no sé si allegado. Por falta de aplicación se esfumaron los deseos de compartir mesa consanguínea, charangas pueriles de aguinaldos y expresiones de felicidad inocente ante los regalos de la noche. Lo peor, insisto, es esa imposibilidad de celebración afectiva y el jolgorio de la fiesta en la mesa alargada del salón. Con todo, queda el recurso de proximidad virtual libre de contagios y la esperanza del despertar de una terrible pesadilla. Salud y ¡FELIZ NAVIDAD!
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