
De niño iba a la compra con mi bolsa de tela o capazo. La mixtura aromática de bacalao seco, escabeche y tripa cular cruzaba el umbral hasta el último rincón de la calle. El envoltorio de estraza servía, además, de borrador para las operaciones y los garabatos, incluso de yesca. Así hasta que las grandes superficies nos robaron el olfato plastificando las costumbres, las ciudades y el planeta. Ahora todo al vacío y al plástico del reparto domiciliario al tiempo que se liberan conciencias con miserables céntimos por bolsa. Me queda el recurso de volver al comercio del barrio y la esperanza de encontrarlo abierto. Después, oler a infancia.
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