
La historia de Ciudad Rodrigo y su comarca es inseparable de la de su obispado. La repoblación de la ciudad a mediados del siglo XII está marcada por el surgimiento de la diócesis y por el nombramiento de su obispo. Ambas han marcado el devenir secular del territorio desde la institución diocesana en 1161 y del nombramiento de su primer obispo en 1168.
A lo largo de los siglos la labor de los obispos de Ciudad Rodrigo se reveló como la de un auténtico pastor de su rebaño –y no solo en el plano espiritual- sino también en los asuntos más terrenales, procurando el bienestar de sus feligreses, conscientes y sabedores que el cielo y la tierra caminan inexorablemente unidos.
Ciudad Rodrigo necesita seguir contando con un obispo propio, porque una cosa es vivir en Ciudad Rodrigo y mezclarse con su gente y otra son las decisiones que se toman desde fuera. Solo así se entiende el papel del obispo en la protección de sus fieles. En 1610 el obispo de Ciudad Rodrigo se erigió como protector de la minoría morisca, expidiendo certificados de buenos cristianos a aquellos que se enfrentaban al drama de ser expulsados de la ciudad, de su tierra y de su reino. Gracias a esos informes muchos de ellos lograron quedarse.
Tierra de frontera y de enfrentamientos, momentos hubo en los que los obispos se erigieron como auténticos valedores y protectores de su grey y de toda la población diocesana. En los momentos más duros de la Guerra con Portugal (1654), con correrías y saqueos de los ejércitos que despoblaban el territorio, el cansancio era tal que el obispo de Ciudad Rodrigo acordó una tregua por su cuenta con los portugueses, aunque ello no fuera del agrado de Felipe IV.
Otro obispo, Cayetano Cuadrillero, llevó a cabo una de las labores más ingentes a favor de la instrucción y de la educación que vio la ciudad en la Edad Moderna: la creación del Seminario (1769), antorcha y semillero formativo de varias generaciones de jóvenes del obispado en los dos últimos siglos.
Ciudad Rodrigo siempre ha sido una diócesis pequeña y, como tal, necesita seguir contando con su obispo residiendo en el territorio, como viene sucediendo en los últimos 850 años. En esta zona de la Raya, su ausencia contribuiría más a la despoblación. Por eso cuando hoy corren rumores de absorción o de que el obispo de Salamanca sea a la vez obispo de Ciudad Rodrigo (llevamos dos años de sede vacante, esto es, sin obispo), yo no quiero resignarme. Ciudad Rodrigo debe tener su propio obispo, residencial en Ciudad Rodrigo, como siempre lo ha tenido. No se puede acabar con más de 800 años de historia. Las gentes de la tierra de Ciudad Rodrigo no pueden ni deben ser olvidadas ni arrinconadas.
Como ha expresado el Papa Francisco en su homilía del pasado 4 de octubre en la Santa Misa en la basílica de San Pedro, el obispo debe estar cercano a su pueblo:
“Las tres cercanías del Obispo: la cercanía con Dios en la oración, la cercanía con los presbíteros en el colegio presbiteral y la cercanía con el pueblo. No se olviden que han sido tomados y elegidos de la grey. No se olviden de sus raíces, de quienes les han transmitido la fe, de quienes les han dado la identidad. No nieguen al pueblo de Dios”.
La supervivencia de la diócesis con su propio obispo es también la supervivencia de la ciudad y su tierra. Espero que los que tienen que tomar la decisión provean un prelado para Ciudad Rodrigo y residente en Ciudad Rodrigo. Espero también que tanto la Conferencia Episcopal como el Vaticano sepan ver y ponderar el valor de lo pequeño en consonancia con los principios y enseñanzas evangélicos.
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