
Tumbado en el portal, invisible entre cartones, yace un cuerpo famélico, sin dignidad. Un perro holgazán atado a una cuerda bebe de un recipiente de escabeche tan oxidado como viejo, ya no quedan latas de este tipo. En la acera alguien extiende una mano pobre mientras el mundo camina ciego por la avenida hacia un jornal decente. Otras tantas miradas perdidas buscan alguna dirección o la excusa perfecta. El tic tac del reloj empotrado sigue marcando las horas de la esperanza y las del indigente inmerso en la profundidad del sueño. El perro lame la lata vacía y el personal de aquí para allá.
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