
Aquella pequeña de apenas doce años, de ojos cristalinos y mirada pura, sonrisa fresca, cuerpo frágil y caminar desgarbado, le gustaba contornearse en ejercicios imposibles aprovechando su delgadez infantil. Aquella mente inquieta que dibujaba cielos en las servilletas y soles en cualquier pañuelo de papel, nunca imaginó que su cuerpo se desarrollaría, que poco a poco se iba a ir haciendo mujer, curvando sus muslos e inflando sus pechos. Y quizá porque no lo había imaginado desde su febril creatividad, es por lo que en esos momentos no aceptó tal cambio en su aspecto. Un cambió con el que iba poco a poco diciendo adiós a la ingenua niñez para crecer hacía no se sabía dónde.
Lo que la pequeña princesa tampoco imaginó fue que su rebeldía contra natura la iba a llevar al pozo más oscuro. Dejó de comer y se debilitó hasta tal punto que abrazó a la parca y la invitó a bailar con ella. Tuvo que dejar su mundo de algodones y protección y de repente se vio inmersa en las tinieblas más heladoras conviviendo con la locura, la ausencia y el desconcierto.
Allí, en aquel centro especial para su recuperación, el terciopelo dio paso a las alambradas, al cardo y las ortigas. Allí, la nacida para ser princesa lloró. No lo hizo por primera vez, pero si fue la primera vez que lo hacía sin ser por un capricho.
A través de aquellas lágrimas que empañaban sus pupilas, la pequeña princesa contemplo, en medio de la desarmonía de aquel funesto lugar, un delgado y flacucho muchacho rubio de ojos azules que brillaba extrañamente en medio de la negrura.
• Hola, soy Fabio, ¿qué haces?
• Dibujar un poco, ¿quieres dibujar conmigo?
• No tengo lápiz
• Yo te dejo uno
Fabio y la pequeña princesa comenzaron a conocerse, a sentirse a gusto el uno con el otro y aquel horrible lugar lleno de distorsión y falto de luz comenzó a iluminarse de manera inesperada.
Pasaron los días y Fabio y la princesa mejoraron casi al unísono, hasta que a los dos se les dio por recuperados. El mismo día, ambos recibieron el alta médica. Con extrema dulzura, cariño y educación el flaco Fabio escribió una tierna y emotiva carta escrita a mano con una caligrafía exquisita y en un papel que rezumaba algo más que afecto y que la pequeña princesa leyó cuando salió del centro. La princesa volvió llorar. No era la primera vez que lo hacía, pero si era la primera que lo hacía por amor.
Al día siguiente, la princesa estaba triste. Ya no estaba Fabio a su lado. La madre de ella consiguió comunicar con el joven y que ambos volvieran a hablar. Cuando la princesa volvió a escuchar la voz de Fabio su antigua sonrisa de siempre volvió a dibujase en sus labios. Ya había sonreído más veces, pero era la primera vez que lo hacía realmente desde el corazón.
Esta historia basada en hechos reales me la contaron uno de esos días en los que uno baja la mirada al suelo. Cuando me la contaron sentí una cierta reconciliación con la humanidad, con este mundo que a veces se resquebraja y que en estos tiempos parece moverse entre tinieblas.
Fue uno de esos días en los que uno anda dando vueltas por el fango; desde ese fango en el que Fabio y la princesa crearon uno de esos milagros que sólo, en contadas ocasiones, nos hacen recuperar la fe en nosotros mismos.
1 Comentario
Belo texto onde se evidencia a forma de escrever” aveludada “.
Parabéns pela descrição de uma história onde as pequenas coisas se tornam enormes.