
La niña paseaba con su abuelo. Le llamaron la atención los monigotes de un escaparate y un mendigo sentado en la acera. Son maniquís, explicó el abuelo. Ya, pero aquel es un pobre, espetó rejileta señalando al viejo, seguro que no tiene para comer. Al pasar a su lado, la inocencia dejó dos caramelos sin azúcar en la gorra del hombre quien, agradecido, le regaló una carantoña al tiempo que la niña se alejaba agarrada de la mano sin dejar de mirarle. Una lágrima inconsciente resbaló por la mejilla del abuelo hasta confundirse con una sutil mueca.
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