
Salgo de casa con la intención de despejar un poco los días iguales, un jueves cualquiera, da igual donde ir; el cielo plomizo recorta los edificios de uno de los barrios más alternativos y populares del distrito centro de la ciudad; recorro sus callejuelas estrechas, con recovecos, algunas peatonales, que confrontan en un centro neurálgico, donde grupos de gente diferente dan ese carácter personal a la plaza, que bien podría tener a un tiempo, vida de barrio y vida de gran ciudad; es mediodía, el olor se escapa de alguna panadería y de los cafés abiertos, con mesas llenas, en las terrazas situadas en el espacio superior; me quedo un rato disfrutando de la música de los grupos de jóvenes que charlan en las gradas y sin mas dilación continuo, empieza a caer una lluvia fina y delicada, casi imperceptible, que refresca mis ideas según camino, y decido ir al eje principal de la ciudad, tan cercano y distinto a la vez, zonas amplias, arboladas, abiertas, donde edificios emblemáticos y museos, todos ellos con gran majestuosidad, rinden Lealtad con sus fuentes estatuas y monumentos, ubicados en una sucesión de plazas, al Bulevar. De forma selectiva, no escucho el fondo acústico provocado por ese río de vehículos estresados, para poder seguir disfrutando de mi paseo en solitario, en esta arteria repleta de gente pululando, cada uno a lo suyo, en la que no ves a nadie y en la que nadie te ve, con pasos rápidos, ensimismados, donde se podría decir que no coexisten barrio y ciudad. Y sigo caminando en este día de cielo en escala de grises desvaídos… pensando.
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