
Los días pasan sin pena ni gloria. Sobre la camilla una baraja de cartas dormita dentro de una caja vieja. El fuego se consume como sus vidas, lentamente. La yesca no acaba de prender. La tarde arrecia y el viento sopla fresco. El paseo aprovecha los últimos latigazos de luz. El pueblo agazapado a la sombra. Ligeros recorren las calles para perderse por los caminos vecinales, aquellos que de pequeños se les hacían interminables, ahora es la soledad la dueña de sus huellas. La misma dejadez con o sin pandemia que les roba la esperanza les priva de sus recuerdos. Al volver, las cartas boca arriba en la caja y el fuego crepitaba, no hizo falta atizarlo.
A todos nuestros mayores de esta España que se está quedando vacía.
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