
Ciertamente vivimos tiempos, en los que estando aún en cierta holgura, vemos cómo ésta está tan amenazada como lo estaba Damocles cuando se sentó en el trono. Pues qué es si no ese posible parón en las ayudas por un proceso judicial en marcha, que entró en curso de la mano de los ultras alemanes, las cuales son menguadas pues aunque suenan a mucho son seis veces menos que se le dio a los bancos en su dÃa, y vienen con mucha menos premura, si es que llegan. Y a todo esto el proceso de vacunación sin avanzar, consiguiendo, eso sÃ, aún más si cabe que los polÃticos se tiren los trastos a la cabeza unos a otros, sin casi señalar que mucho tiene que ver el ser los dueños de ellas en occidente los anglosajones, que ciertamente con su audacia las consiguieron los primeros, asà como con su alma pirata están retrasando las entregas, para poder vender al mejor postor, pues qué si no el hecho de que en Israel no haya habido carencia de vacunas.
Ante este panorama se está presentando un nuevo problema, y no menos serio: la desafección al sistema, cuestión nada baladÃ, pues ahà es donde pescan los populismos, que luego terminan siempre en lo que terminan primero de salvadores y luego de enterradores, entre otras cosas, de la libertad que tanto gritan defender. Y ciertamente doblegada Europa al poder le será más fácil poner al mundo a cabalgar a lomos del trono del rey que puso a Damocles en su silla, pero ya con la crin que sujetaba la espada vencido.
Este es el panorama, en el que ya van siendo demasiadas las espadas de Damocles amenazándonos, lo cual trae desasosiego y desocupación ciudadana, y por tanto, falta de fuerzas para pedir un parlamento real a Europa, cayendo más bien en lo contrario, en el refugio patriotero inservible para desenvolvernos los europeos en un mundo global, el cual por sÃ, dada su insensibilidad a las problemáticas, es otra espada más a colgar.
Y en estas estamos, mientras gritan y gritan en cada corral por turnarse los polÃticos sin dejar fuerzas para apuntar a los problemas reales.
No sé cuál será el final, sà sé que no veo encarar las raÃces de los problemas ni mucho menos atacarlos, no sea que los verdaderos amos se molesten por la atención a estos.
Me da mucha, mucha, pena sobre todo cuando lo pienso mirando a mis nietos, pues a la postre uno ya tiene hecha la vida, e intento consolarme en medio de las muchas espadas pensando que es tal el milagro de la existencia de la inteligencia, que siempre a través de ella habrá alguna parte de la humanidad que logrará sobrevivir en medio de todos estos desatinos y excesos sin causa ni razón.
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